domingo, 19 de octubre de 2008

El juego de los sentimientos

Cuentan que una vez se reunieron en algùn lugar de la tierra los sentimientos y cualidades de los hombres. Cuando el aburrimiento habìa bostezado por tercera vez, la locura como siempre tan loca, les propuso: “Vamos a jugar a las escondidas”. La intriga levantò la ceja y la curiosidad sin poder contenerse preguntò: “A las escondidas? ¿Còmo es ese juego? “Es un juego, explicò la locura, en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millòn mientras ustedes se esconden, y cuando haya terminado, el primero de ustedes que encuentre ocuparà mi lugar para terminar el juego”. El entusiasmo bailò secundado por la euforia. La alegrìa diò tantos saltos que terminò por convencer a la duda e incluso a la apatìa, que nunca le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar. La verdad prefirió no esconderse, ¿para què? Si al final siempre la encuentran. La soberbia opinò que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiera sido de ella) y la cobardìa prefirió no arriesgarse.
“Uno, dos, tres…”, comenzò a contar la locura. La primera en esconderse fuè la pereza que se dejò caer en la primera piedra en el camino. La fè subiò al cielo y la envidia se escondiò tras la sombra del triunfo, que con su propio esfuerzo habia logrado subir a la copa del àrbol mas alto.
La generosidad casi no alcanzaba a esconderse, porque cada sitio que hallaba le parecìa maravilloso para alguno de sus amigos. ¿Qué tal un lago cristalino? Ideal para la belleza. ¿La rendija de un àrbol? Perfecto para la timidez. ¿Una ràfaga de viento? Magnifico para la libertad. Asì la generosidad terminò por ocultarse en un rayito de sol. El ego, en cambio encontrò un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, còmodo, pero solo para èl. La mentira se escondiò en el fondo del ocèano, en realidad detràs de el arco iris. La pasiòn y el deseo en el centro de los volcàn. El olvido…se olvidò donde. Cuando la locura contaba 999.999, el amor aùn no habìa encontrado sitio, pues todo estaba ocupado, hasta que divisò un rosal y estremecido decidiò esconderse entre las flores. “Un millòn”, gritò la locura y comenzò a buscar. La primera en aparecer fuè la pereza, solo a tres pasos de una piedra. Despuès escuchò a la fe discutiendo con Dios sobre zoologìa, y a la pasiòn y al deseo los sintió vibrar desde el fondo de los volcanes. En un descuido encontrò a la envidia y pudo deducir donde estaba el triunfo. Al egoìsmo no tuvo que buscarlo ya que el solito saliò disparando de su escondite que habia sido un nido de avispas. De tanto caminar la locura sintió sed, y al alcanzar el lago descubriò a la belleza. Con la duda resultò màs fácil todavía, pues la encontrò sentada sobre una cerca sin decidir aùn en que lado esconderse. Asì fuè encontrando a todos. Al talento entre las hiervas frescas, la angustia en una oscura cueva, a la mentira detràs del arco iris y hasta el olvido, que ya se habia olvidado que estaba jugando a las escondidas. Solo el amor no aparecìa por ningùn lado. La locura buscò detràs de cada àrbol, debajo de cada piedra, en la cima de las montañas y cuando estaba por rendirse, divisiò el rosal… y comenzò a mover las ramas. De pronto un doloroso grito se escuchò. Las espinas habìan herido los ojos al amor. La locura no sabìa que hacer para disculparse. Llorò, rogò, implorò, pidió perdòn, y hasta prometiò ser su lazarillo. Desde entonces, desde la primera vez que se jugò a las escondidas en la tierra, el amor es ciego y la locura simpre lo acompaña.